UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO
ARTHUR RIMBAUD
(FRAGMENTO)
Antaño, si recuerdo bien, mi vida era un festín en el que se abrían todos los corazones, en el que todos los vinos hacían torrentes.
Una noche, senté a la Belleza sobre mis rodillas. – Y la encontré acerba. – Y la injurié.
Me armé contra la justicia.
Pero, cuando estaba casi por decir adiós, resolví buscar la llave que meabriera las puertas del festín antiguo, donde quizás recuperaría el apetito.
De los galos tengo: la idolatría y el amor por el sacrilegio; – ¡ah! Todos los vicios, cólera, lujuria -magnífica la lujuria-; sobre todo, mentira y pereza.
Me horrorizan todos los oficios. Patrones y obreros, todos campesinos e innobles.
Después, la domesticidad trae muchos problemas. La honestidad de la mendicidadme acongoja. Los criminales hieden como los castrados: yo estoy intacta y no me importa.
Pero, ¿quién me ha dado esta lengua tan pérfida que es guía y salvaguarda hasta aquí de mi pereza? Sin servirme para vivir de mi cuerpo…
Pero no, en ninguno.
Es muy evidente que siempre he pertenecido a una raza inferior. No puedo comprender la rebelión. Mi raza sólo se sublevó para cometerpillerías: como los lobos con la bestia que todavía no han terminado de matar.
¿Quién era yo en el siglo anterior?: Sólo me reconozco en el presente.
Aquí estoy, sobre la playa armoricana: la brisa marina incendiará mis pulmones; los climas distantes me curtirán. Nadar, desbrozar la hierba, cazar, y fumar, sobre todo; beber de los licores fuertes como el metal hirviente, -como lo hacían aquellosqueridos ancestros alrededor del fuego.
Volveré con miembros de hierro, la piel ensombrecida y los ojos enfurecidos: por mi máscara me juzgarán de una raza fuerte. Tendré oro: seré ociosa y brutal.
Mientras tanto estoy maldita, y me horroriza la patria. Lo mejor es tirarse a dormir totalmente ebria en la playa.
Todavía aquí. – Retomemos entonces la marcha por estos rumbos, cargada con mivicio, el vicio que ha echado raíces de pesadumbre a mi costado desde la edad de la razón, – que se alza hacia el cielo, me golpea, me derrite, me empuja.
La última inocencia y la última timidez. Está dicho. No llevar al mundo mis odios ni mis traiciones.
¡Adelante! La marcha, el fardo, el desierto, el hartazgo y la cólera.
¿Ante quién debo postranne? ¿Qué animal debo adorar? ¿Qué imagen santaatacar? ¿Qué corazones deberé partir? ¿Qué mentira debo decir? ¿Sobre qué sangre marchar?
Mejor, cuidarse de la justicia. – La vida dura, el simple embrutecimiento, – levantar, con el puño endurecido la tapa del féretro, sentarse, ahogarse. Así, lejos de la vejez y de los peligros…
¡Mi abnegación, mi caridad maravillosa! ¡Aquí abajo, sin embargo!
Desde muy pequeña yo admiraba al presointratable para quien se cierran siempre las puertas de la prisión; visitaba las posadas y los albergues que podría haber hecho sagrados con su estadía; veía con su idea el cielo azul y el trabajo florido de la campiña; intuía su fatalidad en las urbes. Tenía más fuerza que un santo, mejor buen sentido que un viajero – y él, ¡él solamente!, era testigo de su gloria y su razón.
Por las rutas, enlas noches de invierno, sin reparo, sin túnica, sin pan, una voz atormentaba mi corazón helado: Debilidad o fuerza: estando aquí, fuerza. No sabes adónde te diriges ni por qué, de modo que entras en todos lados, respondes a todo. Nadie puede matarte porque eres un cadáver. A la mañana tenía los ojos tan distantes y un aspecto tan de difunto que aquellos a quienes encontré tal vez no me vieron.En las urbes, el barro me parecía súbitamente rojo y negro, como un espejo cuando la lámpara gira en la recámara vecina, ¡como un tesoro en el bosque! Buena suerte, exclamaba mientras veía un mar de llamas y de humo en el cielo; y, a la izquierda y a la derecha, todas las riquezas flameaban como un millar de truenos.
Pero la orgía y la compañía de los hombres me estaban prohibidas. Ni un solo…