Día 36
Vivo en el número 7, calle melancolía, y debo mudarme de aquí no por instinto migratorio ni por el casero, simplemente la renta me está jodiendo. Una luz oscura que se cuela por la ventana me da en el rostro todas las noches, y no me deja dormir, no me deja ni siquiera fumarme el cigarrillo de las 3 am, y la cama me patea, me voltea, me sacude y su vacío me ha regalado las mejoresojeras de mi vida. Todos los mediodías despierto sin querer hacerlo, por el simple hecho de no caer en cuentas de donde estoy, en el 7 de la calle melancolía, y las reminiscencias de esos fragmentos, de los papeles tirados en la mesita junto a la máquina de escribir, donde he abortado palabras con las que insulsamente he intentado arrancar de las venas lo que no se puede, me taladran, como acupunturade tornillos de madera.
Aquí, o un poco más allá, es igual, debo mudarme de esta calle, tal vez retornar a mi antigua habitación, o buscar un nuevo condominio, pero estas paredes enmohecidas no son buena compañía, ni para mí ni para el viejo desdentado del 8. Cada vez que me lo topo en el pasillo, siempre yo tratando de evitar comunicaciones improvisadas de escaleras, mirar a los ojos a otro,pero él, él sencillamente se cruza en mi perímetro ocular y reitera lo del por qué se están muriendo las palomas en la plaza, o que el carnicero le vendió riñones contaminados, terrible.
En ese momento me escondo más adentro de mi chaqueta y aligero el paso, para encontrarme con Cheo y Dalf, quienes seguro llevan varias cervezas y platos de pescado frito encima, entre vicios y apegos diluidos enel humo de esas comunes palabras que se estilan ente hombres marcados por mucho rodar en poco tiempo. No había percatado cuanta basura tengo acumulada a las puertas de la habitación, cosas que pensaba bien acomodadas en la repisa o la nevera, y al igual otros objetos pensados ya lejos, allí pudriéndose en el caluroso pasillo.
En la calle no es mejor el ambiente, se siente una pesadezinsoportable en la gente, y los que ni siquiera llegan a ser gente, en el metro en el kiosco de periódicos, en el comedor de la universidad, hasta la secretaria del cliente a quien le escribo un libro fantasma sobre la situación sociopolítica del país. En estos días es como si tuviera un magneto poderoso, tenaz, que atrae más a la gente, y yo las repelo con el doble de intensidad, me putean. De Maripérezhasta Plaza Venezuela caminando, de bajadita, metido casi en una ósmosis en mi chaqueta, la pensadera en Natalia me tiene aislado, perdido en un callejón, fracturado, y eso también me putea, si no escribo el puto libro rápido no tendré para pagar el acto de grado, ni la residencia, ni siquiera un perro caliente.
No la entiendo, me dice que no me ama pero si me extraña, llego a Caracas y no laencuentro por ningún lado, no responde las llamadas, pero me extraña, me quiere, ¿Cómo es esa querencia? ¿Cómo terminar de borrar esa línea delgada que nos divide y evita que lleguemos al nirvana? Si es que existe. Mejor me apresuro a llegar, si Cheo y Dalf se van pierdo, a subir de nuevo, a abrir la ultima lata de atún y cerrar los últimos recuerdos vivos de ella.
Dalf está sentado en la esquinade siempre, nunca da la espalda a nadie, ni camina por la acera, ni se asoma por los pasamanos, vive en un constante alerta, producto de su herencia de familia guerrillera, de su tío muerto por la DIGEPOL y del caminar por la Caracas oscura de noches duras y drogas blandas. Fuma mientras escucha a Cheo, y cuando notan la presencia de Julián callan sepulcralmente, que boleta. Julián saluda y sesienta, toma un cigarrillo de la mesa y llama al mesonero, queriendo remarcar que no se dio cuenta, enciende el cigarrillo y de una bocanada que se une al flotante común aéreo nicotinoso del techo del Cordon Blue, trata de leer en los rostros de sus amigos esa charla abortada.
El Cordon Blue era el sitio perfecto para encontrar a quien buscaras, menos a ella, nunca coincidían. En una mesa…