Fisica

Acostumbraba caminar por los pasillos del Palacio Nacional acompañado por alguno de sus ministros. Con su levita negra, el semblante sereno y las manos a la espalda, el presidente conversaba pausadamente. En ocasiones, al caer la tarde, cuando las actividades administrativas habían concluido, caminaba sólo hasta sus habitaciones. Su sombra parecía surgida de las entrañas del más allá. Más quealma en pena, Benito Juárez cargaba una pena en el alma. El último año y medio había sido difícil. Aunque su rostro se mostraba impasible, su corazón estaba roto. Extrañaba a su amada Margarita, fallecida en enero de 1871.

Don Benito nunca dejó de pensar en ella. Por sobre todas las cosas admiró su fortaleza espiritual para enfrentar –con todo e hijos– un largo exilio en Nueva York durante losaños de guerra contra el imperio (1864-1867). Fue una mujer comprensiva de quien sólo recibió apoyo, incluso hasta para ayudarlo con el moño de la corbata cuando se desesperaba. “¡Ay hijo!, pero qué inútil eres!” -le decía cariñosamente Margarita, al tiempo que sus manos trabajaban sobre la corbata para colocarla finalmente en su lugar.

Los esposos sólo pudieron gozar cuatro años de la pazalcanzada por la república. Luego de la muerte de Margarita, don Benito decidió establecer su domicilio en el ala norte del Palacio Nacional. En julio de 1872, comenzó a sentir malestares en el corazón; una afección cardiaca diagnosticada tiempo atrás volvió a presentarse y don Benito se dispuso a recibir a la muerte en su propia alcoba.

Indudablemente la vida en Palacio Nacional le sentaba a donBenito. No por las comodidades a las que podía aspirar, la seguridad del recinto o la facilidad de trasladarse en un santiamén de sus habitaciones al despacho presidencial. Juárez encontraba en aquella construcción la historia del poder, el ejercicio de la autoridad, el centro de gravedad de la política nacional. Le reconfortaba ser parte medular, piedra angular de esa historia. Un presidenterepublicano heredero de una larga tradición de poder no podía hallarse en ningún otro lugar mejor que en las habitaciones particulares del Palacio Nacional.

En los primeros días de julio de 1872, el corazón de don Benito comenzó a fallar. Ya no era el dolor por la irreparable pérdida de su esposa. Era la enfermedad que lo devoraba por dentro. El día 8, Juárez fue visitado por 20 niños huérfanos quedeseaban conocerlo para agradecerle los recursos otorgados a su orfanatorio. Llegaron de improviso y el presidente no tuvo empacho en recibirlos en una de sus habitaciones. El encuentro parecía familiar, no había escoltas ni aparatos de seguridad, mucho menos protocolo que seguir.

Don Benito tomó asiento y de inmediato fue rodeado por los niños que le hablaban todos al mismo tiempo. El presidentesonreía y trataba de prestar atención a cada uno. Después de media hora de conversación, el director del orfanatorio dispuso la partida y Juárez entregó a cada niño un peso para que compraran fruta.

Cuando se despedía del último pequeño “se llevó la mano al corazón y se recargó contra un mueble –escribió el director de la institución–; en su semblante se notó la palidez y un ligero gesto que hizo,me dio a comprender que algo extraordinario le pasaba; le pregunté si quería que avisara a sus ayudantes y me dio las gracias, diciéndome que no era nada, que había sentido una ligera punzada en el corazón”.

Juárez no prestó mayor atención a su malestar –a pesar de que en marzo le habían diagnosticado angina de pecho– y continuó haciendo su vida normal. En los siguientes días ya no salió de sumorada en Palacio Nacional, sólo dejaba sus habitaciones para trasladarse a la parte donde se encontraban su despacho y el resto de las oficinas de la administración pública. Desde ahí resolvió diversos asuntos cuyo estudio suspendía para comer en casa.

Hasta la víspera de su muerte, don Benito comió generosamente. El lunes 16 de julio, la cocinera del palacio le preparó un suculento menú…