Esclaca del deseo

Esclava del deseo de carolina
Johanna Lindsey

CAPITULO I

Inglaterra, 1152
La dama era menuda y frágil, pero ante la corpulencia del caballero que estaba a su lado, esa fragilidad se destacaba mucho más. Su cabeza rubia no superaba los anchos hombros del varón, y cuando la palma abierta cayó sobre la mejilla femenina, el fino cuerpo se estremeció con la fuerza del golpe. Una descarga deesa clase la hubiera enviado fácilmente al suelo si no hubiese tenido cierto apoyo. Dos de los escuderos del caballero la sostenían. Situados detrás de ella, le tiraban hacia atrás los brazos, forzándola a adelantar el cuerpo, no fuera a ser que recibiesen un golpe destinado a ella. Eso la mantenía erguida cuando hubiera podido doblar el cuerpo, y la obligaba a recibir un golpe tras otro.
A ciertadistancia en una pequeña habitación, Rowena Be-lleme observaba. También a ella la sostenían con fuerza dos soldados, los mismos que la habían arrastrado a aquella habitación con el fin de que presenciara la brutalidad de su hermanastro. La sangre corría por el centro de su mentón, pues se había mordido los labios para evitar el grito. Las lágrimas descendían copiosamente por las mejillas colorceniza. Pero no la habían golpeado. Era probable que eso llegase si no cedía a los reclamos de su hermanastro, después de que él le hubiese ya demostrado que hablaba en serio. Pero mientras le quedase un poco de paciencia, no desearía afear a Rowena con cardenales que provocarían comentarios en la boda.
Gilbert d’Ambray no tenía tales escrúpulos ante su madrastra. Lady Anne Belleme -no, ahora eraAnne d’Ambray y de nuevo viuda, porque el padre de Gilbert había muerto- le servía de poco, tan solo como rehén para garantizar la conducta de Rowena. Y no había muchas cosas que Rowena no hiciera por su madre. Pero lo que Gilbert le reclamaba ahora…
Anne se volvió para mirar a su hija. Tenía las mejillas enrojecidas por las marcas de la pesada mano de Gilbert, y sin embargo, no había derramadouna lágrima ni proferido un solo grito. Su expresión, tan elocuente, arrancó más lágrimas a Rowena. Su cara decía claramente: “Me lo han hecho tantas veces, que no significa nada. No hagas caso, hija. No des a esta serpiente lo que te reclama”.
Rowena no deseaba darle nada. Lord Godwine Lyons, el hombre que Gilbert le había designado por esposo, tenía edad suficiente para ser su abuelo; más aún,su bisabuelo. Y la madre de Rowena se había limitado a confirmar los rumores que habían llegado a sus oídos acerca de ese anciano caballero cuando Gilbert le exigió que convenciese a su hija de que acatase sus deseos.
-Conozco a Lyons, y no es apropiado darle una heredera del nivel de Rowena. Incluso si su edad no fuese un problema, ese hombre ha provocado escándalos a causa de su perversión.Jamás aceptaré semejante unión.
-Es el único hombre dispuesto a luchar para recuperar las propiedades de Rowena -señaló Gilbert.
-Las propiedades que tu padre perdió a causa de su propia codicia.
-Vamos, todo hombre tiene derecho a… -¿A invadir a su vecino? -lo interrumpió Anne con todo el desprecio que sentía por su hijastro, y que no era ni siquiera la mitad del que había sentido por el brutalpadre del joven-. ¿Arrasarlo todo y hacer la guerra sin motivo alguno?; ¡Robara obligar a las mujeres a contraer matrimonio antes siquiera de que hayan enterrado a sus maridos! Sólo se tienen esos derechos desde que el débil de Stephen fue coronado rey.
Gilbert se había sonrojado, probablemente más a causa de la cólera que por la vergüenza de lo que su padre le había hecho a Anne. En realidad, élera un producto de los tiempos. Era apenas un niño de ocho años cuando Stephen arrebató la corona a Matilda, después de la muerte del viejo rey Henry. El reino se había dividido entonces, pues la mitad de los varones rehusó aceptar como gobernante a una mujer, y la otra mitad mantuvo su juramento a Matilda, y ahora traspasaba su fidelidad al hijo de ésta, Enrique de Aquitania. Hugo d’Ambray era…