Un breve vistazo a algunos de los más fatales acontecimientos de nuestra historia nos permite ver con alguna claridad la que es quizá la más condenable de nuestras conductas. Pero, contrario a lo que el estudio superficial nos indique, no nos encontraremos con que dicha conducta sea, por ejemplo, la desmedida ambición por el poder, o la a veces insuperable condición irracional de que se revistenalgunos de nuestros actos. No, esa mirada objetiva y apenas, si se quiere, nutrida de simple sensatez, nos demostrará que en los momentos más críticos de nuestros anales no hemos hecho sino echar de más (prueba cruel de la soberbia de nuestra naturaleza) tanto a la historia como la hemos conocido, como al pensamiento de aquellos que antes de nosotros expusieron ya en claras letras los alcances quetraería consigo todo acto humano desprovisto en menor o mayor medida de la racionalidad que estamos obligados a prestarle; no hemos hecho más que olvidar y obviar cada paso que nuestros antecesores dieron hacia el mejoramiento de nuestra especie, como si finalmente no hubiera más salida que la del brutal auto exterminio, como si estuviéramos irremediablemente condenados a repetir cada catástrofede nuestra historia. Esa búsqueda de la sociedad perfecta, del ‘estado perfecto’, no es actual; no nació tras la primera, o la segunda guerra mundial, ni tras un conflictocualquiera como ya es costumbre nuestra; incluso sería justo asegurar que tales conflictos (y muchos anteriores) se han debido a dicha búsqueda en si misma, así como sería igualmente correcto asegurar que es quizá el propio serhumano una mezcla indisoluble de pasión y razón a tal punto de desconocer aún, tras miles de años de historia, su objetivo fundamental como individuo y como ser social. Esta búsqueda Aristotélica de la armonía en la existencia individual y
colectiva de los seres no es sino la descripción de una característica inherente a la especie humana, ‘El ciudadano y el hombre virtuoso no son más que uno’,la condición excelsa de hombre político es definitivamente un regalo de laevolución en virtud del cual ya no somos más una especie libre e ignorante de su destino, sino que nos orienta y nos obliga a enfocar nuestras accioneshacia la auto preservación y el perfeccionamiento, a la ratificación de nuestra supremacía en el universo. Conocemos, no obstante, de los vicios de nuestra esencia. El propioAristóteles no consigue desvincular sus pensamientos de la forma simple de una lucha constante por el poder de mejorar las cosas, poder en sentido altruista, pero poder al fin y al cabo; y es de considerarse que dicho obstáculo no se deba sino a que somos ese eslabón perdido que tanto buscan nuestros antropólogos: mixtura de bestialismo y razón, único animal que sabe que conoce, bestia única quesabe que puede cambiarlo todo con excepción de su fatal destino. Esa es nuestra condición, y nuestra búsqueda: la Atenas perfecta. Aristóteles, al igual que muchos contemporáneos suyos, desarrolló un amplio sentido del manejo de la razón, de la finalidad del hombre y de la finalidad del hombre político como ciudadano: la formación del Estado; un hecho natural, ya que el hombre es un sernaturalmente sociable, porque no puede bastarse a sí mismo separado del todo como el resto de las partes, siendo aquél que vive fuera de ésta, un ser superior a la especie, o una bestia. Por todo esto, la naturaleza arrastra instintivamente al hombre a la asociación política. Debemos grandes postulados a su filosofía, que pero merecen en especial atención las circunstancias propiciaron
su tiempo lalibertad para expresarse en unos u otros aspectos, pues era éste un ciudadano libre con poder ante sus esclavos y por ende con el tiempo suficiente para encontrar en la ociosidad el camino hacia su inquisición, esa ociosidad que el defiende mejor que el
trabajo en esa misma medida. He aquí una de las vendas de Aristóteles, que fija un mundo naturalmente perfecto siempre y cuando se observen las…