Una meditación acerca de una escoba*
—En el estilo y a la manera de las Meditaciones del honorable Robert Boyle**—
Jonathan Swift
A este palo, que ahora contempláis tumbado vergonzosamente en ese rincón olvidado, lo conocí alguna vez en estado floreciente en un bosque: lleno de vigor, lleno de hojas y lleno de ramas. Pero ahora, en vano pretende la atareada destreza humana competir con lanaturaleza, amarrando a su tronco sin savia ese marchito manojo de ramas secas. Con lo que tenemos si acaso lo opuesto de lo que era: un árbol patas arriba, con las ramas en la tierra y la raíz al aire. Manoseado por cada sucia sirvienta, condenado a su faena y, por cierta caprichosa suerte, destinado a limpiar otras cosas y ser él mismo asqueroso. A la larga, gastado por completo al servicio de lascriadas, es tirado a la calle o condenado a un último uso: encender un fuego. Cuando contemplé esto suspiré, y dije en mi interior: ¡ciertamente el hombre es una escoba! La naturaleza lo envía fuerte y robusto al mundo, en condición floreciente, llena de cabellos su cabeza —los cuales son las ramas propiamente dichas de este vegetal racional. Hasta que el hacha de los excesos poda sus verdes ramasy lo convierte en un tronco marchito: entonces el hombre decide volar hacia el arte y se pone una peluca, valorándose a sí mismo por un artificial manojo de pelos empolvados, que nunca crecieron sobre su cabeza. Y si ahora nuestra escoba pretendiera entrar en escena, orgullosa de los laureles que nunca tuvo y toda cubierta de polvo —a pesar de barrer los más finos aposentos femeninos—, estaríamosen capacidad de ridiculizar y despreciar su vanidad. ¡Siendo como somos jueces parciales de nuestros propios méritos y de las faltas de los otros! Quizá diréis: una escoba es el emblema de un árbol parado sobre la cabeza. Pero decidme: ¿qué es el hombre, sino una criatura trastornada: sus facultades animales perpetuamente encaramadas en las racionales, su cabeza en el lugar de sustalones, arrastrándose por el suelo? Y no obstante todas sus faltas, se empeña en ser un reformador universal y un rectificador de abusos, un enmendador de agravios; hurga en cada sucio rincón de la Naturaleza, sacando a la luz ocultas corrupciones y provocando una terrible polvareda donde no había ninguna, compartiendo todo el tiempo la misma podredumbre que pretendía limpiar. Sus últimos añostrascurren en esclavitud a las mujeres —por lo general las menos dignas—, hasta que, gastado completamente, es echado a la calle o usado para encender llamas al calor de las cuales otros habrán de calentarse.
Breve digresión*
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Los ciegos opinan sobre los colores
Voltaire
Es sabido que en los comienzos de la fundación de Los Trescientos** todos eran iguales, y que las pequeñas disputas se resolvíanpor la opinión de la mayoría. Ellos distinguían perfectamente, con tan sólo tocarlas, una moneda de cuero de una de plata, y nunca nadie confundió un vino de Brie con uno de Borgoña. Su olfato era más fino que el de sus prójimos videntes. Todo lo inducían sin error a través de sus cuatro sentidos —es decir: conocían todo lo que les era permitido saber—, y vivían tranquilos y felices, como sólo unode Los Trescientos podía vivir. Pero por desgracia a uno de sus catedráticos lo atacó la pretensión de poseer nociones claras sobre el sentido de la vista. Hizo que lo escucharan, intrigó, formó entusiastas y, en fin, fue nombrado jefe de la comunidad. Empezó, pues, a perorar soberanamente sobre los colores, y todo se echó a perder. Este primer dictador de Los Trescientos creó, en primerlugar, un pequeño concejo, junto al cual se apoderó de todas las contribuciones de caridad. Ya no hubo, así, quien se atreviera a rebelarse. El dictador decidió que los trajes de Los Trescientos eran de color blanco. Los ciegos lo creyeron. Y entonces no cesaban de hablar de sus hermosos trajes blancos, aún cuando, de hecho, ninguno de los trajes era de ese color. Todo el mundo se burló de ellos, y…