DON FRUTOS RIVERA
“Id, y preguntad -escribió Manuel Herrera y Obes en 1847- desde
Canelones hasta Tacuarembó, quien es el mejor jinete de la República, quien
el mejor baqueano, quien el de más sangre fría en la pelea, quien el mejor
amigo de los paisanos, quien el más generoso de todos, quien en fin el mejor
patriota, a su modo de entender la patria, y os responderán todos, el
GeneralRivera”.
Fragmento éste que denota una finísima penetración sociológica y que
describe, anticipando a Weber, el fenómeno del carisma en estado puro. Ya
que el liderazgo del General Rivera se fue construyendo “capilarmente”, de
abajo hacia arriba, desde las entrañas del pueblo que mayoritariamente le
quiso -fue siempre “don Frutos” para los paisanos- hasta los más altos
cargos dentro de lamilicia y el Estado.
Caudillo por antonomasia, su vida representa una de las sagas
existenciales más ricas en perfiles políticos, sociales y humanos de nuestra
historia. Iniciado a la luz pública en 1811 con la “admirable alarma”,
culminó un 13 de enero de 1854, en el modesto rancho de Bartolo Silva a
orillas del arroyo Conventos, en el Departamento de Cerro Largo.
De espírituinquieto y sagaz, dueño de un carácter expansivo y
desbordante, quisiéramos recordarle en sus múltiples dimensiones de
caudillo.
Caudillo de la gesta emancipadora, fue, al decir del profesor Pivel
Devoto “un hijo auténtico de la Revolución con las virtudes y los defectos
inherentes a la época y al medio en que había formado su personalidad”.
Durante el ciclo artiguista, asestó el golpe mortalal centralismo porteño
triunfando en Guayabos, y se constituyó, cuando la invasión portuguesa, en
el único comandante en obtener victorias para las armas patriotas, según
reconocerían sus propios enemigos. En 1820 rindió sus armas ante la derrota
inexorable, cuando la mayor parte de los jefes se hallaban prisioneros o
habían defeccionado.
Alguien a quien no puede atribuirse partidarismo”riverista” como Ramón
Masini, afirmó: “No es cierto el cargo de que se le acusa de haber
traicionado a Artigas, después de haberle servido con celo, y cuando lo vio
abandonado por la fortuna. Entonces hizo un gran servicio a su patria,
cesando de oponer una resistencia inútil…”.
En 1825 se plegó a la cruzada libertadora, tras un lustro amargo donde
acepta -es cierto- honores delportugués y el brasilero, pero a cambio de
erigirse en el genio tutelar de la campaña, en el protector del paisanaje.
Cinco años “velando armas” para aprovechar la ocasión propicia y dar el
zarpazo libertario. No hubo de secundar el movimiento de 1823, alentado por
el Cabildo montevideano, por reputarlo inconveniente. El verdadero caudillo
no da saltos al vacío. Pero ya antes del arribo de los “33” ala playa de la
Agraciada, había comprometido su incorporación a los revolucionarios. El
propio Juan Manuel de Rosas -su más tenaz enemigo en un futuro cercano-
confirmaría lo antedicho al historiador Adolfo Saldías, en carta que le
enviara desde el exilio inglés.
Caudillo de los desheredados y el pobrerío rural, que “se daba solo a
los humildes”, escribía Pivel; y “militar guerrillero delegendario
prestigio y caudillo de la plebe campesina”, como lo hacían, a su vez, los
historiadores nacionalistas Washington Reyes Abadie y José Claudio Williman.
En 1821, a orillas del Yí, fundaba la villa de San Pedro del Durazno
con los “huérfanos de la Patria”, es decir, las familias de los caídos en la
guerra revolucionaria. Como Presidente de la República, opondría muchas
veces suinfluencia para evitar el desalojo de los pequeños y medianos
poseedores rurales, aún contra las decisiones judiciales. Era ésta su forma
directa y poco burocrática de dispensar justicia (¿resulta lapidario, a 170
años de distancia, que así obrase, sin detenerse en formas, “un hijo
auténtico de la revolución”?.).
Caudillo del perdón, siempre dispuesto a olvidar agravios. “No cae
sobre…