Larga vida a los Rosete Aranda, Carlos V. Espinal toma la estafeta
por: Griselda Berlanga Robles
Don Carlos Espinal […] a quien se debe la perpetuación de los títeres
en México, primero bajo el linajudo nombre de los
Rosete y Aranda,
y después con el suyo propio, hoy proclamado por sus sucesores
como el del patriarca de los autómatas.[1]
Carlos Espinal fue el heredero legitimo de unarte que representó toda una época: los títeres, muñecos de hilo o autómatas como se les conocía en su tiempo.[2] El espectáculo de los títeres en México que por más de un siglo fue condenado, tuvo su apogeo en la segunda mitad del siglo XIX y este no se explica sin el movimiento independentista y el subsiguiente triunfo Republicano. Los títeres se convirtieron en baluarte de la vida Republicana,fueron de los primeros brotes culturales que dotaban al naciente país de una fisonomía propia e intransferible. De entre los muchos titiriteros que surgieron, sobresale el nombre de los Hermanos Rosete Aranda, cuyo linaje recayó, años más tarde y en otro contexto de nuestro devenir histórico, en manos de Carlos Espinal Vallejo, único capaz de resucitarlos e insertarlos a los vaivenes del Méxicopost revolucionario.
Algunos antecedentes a los Rosete Aranda:
Documentos del siglo XVIII revelan la difícil situación, económica y legal por la que atravesaban quienes, en ese entonces, intentaban hacer representaciones con muñecos. Durante el siglo de las luces en México las comedias con títeres así como otros espectáculos callejeros padecieron una estricta vigilancia. Con pretexto de“evitar los notables excesos, escándalos, quimeras y pecados públicos que se cometen en las casas de comedias de muñecos con motivo de su nocturna representación.”[3]; el régimen virreinal ejercía presión sobre aquellas manifestaciones más espontáneas y autónomas a las cuales el publico se entregaba, casi siempre, subvirtiendo el orden:
El maromero era un espejo del pueblo. Sus disparates eranvenenosos dardos contra los abusos de los ricos y de los poderosos; sus incoherencias eran aquellas verdades que, aunque negadas por los poderes, eran por todos conocidas.
A través del maromero el pueblo recuperaba sus capacidades de inversión social, sacaba a la luz del día aquellas otras realidades que le devolvían su festiva dignidad.[4]
Las autoridades se dieron cuenta de que eracontraproducente controlar en demasía esas diversiones así que cedieron un poco y otorgaron licencias para que en uno que otro local se pudieran presentar comedias con muñecos. Pero el espectáculo de marionetas tampoco prospero por ahí, pues, por otro lado, el gobierno de la Nueva España tenía en el teatro “culto” un poderoso medio para legitimarse y ejercer su autoridad; en ese sentido había queprivilegiar el eficaz desarrollo de éste, en detrimento de otras actividades que pudieran ser muy gustadas por el público y salirse del control institucional. En noviembre de 1786 don Silvestre Díaz de la Vega, juez de Hospitales y de Teatros impuso la pena de cárcel para aquel “cómico o cómica, cantarín o cantarina, bailarín o bailarina”[5] que después de sus funciones en el Coliseo repitieranjornada laboral dentro de las compañías de muñecos, ya que, según las autoridades
…trasnochándose hasta deshoras de la noche, no tienen al día siguiente tiempo para estudiar sus papeles a cuyo desempeño están obligados, a que se agrega que por el desorden y embriaguez con que se tiene entendido proceden, acontecen enfermedades o indisposiciones que les impiden la asistencia al teatro engrave perjuicio de los intereses de éste.[6]
Para finales de siglo las compañías de titiriteros seguían enfrentando disposiciones legales abrumadoras que les impedían establecerse formalmente o insertarse, de manera provisional, a las fiestas cívicas y religiosas. El oficio parecía pecaminoso, e incluso era visto con desdén junto a otras expresiones culturales también populares como los…